domingo, octubre 29, 2006

Humillación y orgullo



Ni estar desnuda, ni de rodillas, ni lamer los pies de mi Amo. Tampoco andar a cuatro patas, ni comer de un plato en el suelo como una perra o ser conducida por una correa. O permanecer esposada, atada o exhibida. Nada de eso es tan humillante como la última orden de mi Amo.
Estuve hablando con un Amo al que conozco de hace mucho tiempo. Inconscientemente, le estuve tuteando, algo que tengo absolutamente prohibido, y empleé demasiada ironía en mis comentarios. Lo traté como a un amigo y él se quejó de mi comportamiento y de mi falta de respeto.
Creí que debía contárselo a mi Amo y a mi Amo no le gustó mi comportamiento. Me ha ordenado que le escriba un correo para disculparme, que lo haga de rodillas, desnuda, amordazada y pinzada y que además de disculparme le informe de todos estos detalles sobre mi apariencia.
Hoy ya me he disculpado y me he sentido inmensamente humillada. Sé que eso era de lo que se trataba, de que aprenda a comportarme y de que no sea una sumisa mal educada y desobediente. Porque también he desobedecido a mi Amo, tuteando a una persona cuando lo tenía prohibido. Por eso, veinte azotes y media hora de cara a la pared.
Sentirme humillada delante de mi Amo es una cosa pero sentirme humillada delante de otros Amos es otra cosa. Mi Amo ha sido duro conmigo pero sé que lo merezco, que de esa forma aprenderé a comportarme y a respetar a quienes tienen derecho a mi respeto. Que mi Amo tiene la obligación de educarme y que aprender a respetar y, sobre todo, saber obedecer es una de las partes más importantes de esa educación. Por todo ello, Amo, muchas gracias.


Desde ayer soy una sumisa marcada. Mi Amo ha tenido a bien marcarme con su propia marca y con mi número en el registro de esclavas. No es una marca perenne pero tampoco es algo que desaparezca fácilmente, por lo que la llevaré en todo momento sobre mi piel.
He pensado en lo que para mí significa estar marcada y la única respuesta que encuentro es que he pasado a ser propiedad de mi Amo. Importantísima sutileza. No es lo mismo ser una sumisa que la propiedad de un Amo. Por eso, debo confesar que me siento orgullosa de estar marcada y que me siento feliz de que mi Amo sea también mi Dueño. Por todo ello, Amo, muchas gracias.

jueves, octubre 26, 2006

La prueba


Hoy mi Amo ha querido probarme, saber si puede usarme como esclava, si estoy en condiciones de servirle como tal. Hoy mi Amo ha vuelto a conseguir que su sumisa esté feliz porque, aunque sólo haya sido durante un día, ha hecho que me sienta como una verdadera esclava, la razón principal del esfuerzo de su sumisa.
Hoy mi Amo me ha controlado y me ha sometido mucho más que en cualquier ocasión precedente. Ha controlado mi tiempo y mis movimientos, incluso los más nimios. He tenido que informarle de cada uno de ellos, pedirle permiso para todo lo que fuese a hacer, también para las acciones más íntimas. Hoy, el primer día en el que me he sentido esclava, mi Amo me ha humillado y me ha exhibido, ha ordenado el color de mi ropa, los lugares en los que podía entrar y aquellos en los que no, lo que me estaba permitido beber y el momento en el que podía hacerlo, si debía estar desnuda o vestida. Hoy, también, mi Amo ha estado a punto de castigarme en el único fallo que he tenido en todo el día y si no lo ha hecho ha sido para no estropearme uno de los días más felices que recuerdo.
Por todo ello, quiero dar las gracias a mi Señor y decirle que ahora sé que no rechazaré ser su esclava. Que hoy más que nunca estoy dispuesta a entregarle mi voluntad para que se convierta en el Dueño de mi cuerpo y de mi mente. Sé que habrá problemas, Amo, sé que habrá algún momento en que fracase como sumisa y como esclava, que no sea capaz de superar una prueba, pero será el fallo de una orden o de una prueba concreta y nunca el de una actitud ni el del deseo de un sometimiento para el que no habrá más límites que aquellos en los que usted esté de acuerdo.
Por eso me siento feliz, aunque sé que mañana todo volverá un poco a su cauce, que lo de hoy no ha sido más que una prueba para saber si puede disponer de mí y para que yo conozca hasta dónde llegan mis limitaciones.
Pero ha sido muy hermoso porque me he sentido como todas esas esclavas que manifiestan su satisfacción en servir a sus Amos, porque me he sentido como si yo también fuera una de ellas.

domingo, octubre 22, 2006

Los amantes


Cojo tus brazos y te atraigo hacia mí hasta que te dejas caer sobre mi cuerpo con ambas manos sobre el colchón para no aplastarme. Te miro en silencio, directamente a los ojos, rompiendo esa norma que parece tan importante, y tú mantienes la mirada en los míos, sabiendo que está a punto de ocurrir. Y no es un juego, ni el cumplimiento de una orden, ni la adopción de un papel determinado ni la consecución de un derecho. Coloco los brazos alrededor de tu cuello y tiro de ti para que al fin caigas sobre mí. Y nos enredamos en el torbellino. Es una desnudez que se hace más vulnerable, se enrollan las piernas y escondes tu cabeza en mi hombro; aprovecho para morder tu piel casi hasta hacerla sangrar y me pregunto si es pasión o si es venganza. Sé que te duele pero no dices nada y entonces, empiezo a sentir tus manos. Dedos larguísimos que me recorren sin pudor, aprietan mis pechos o juegan entre las piernas, mientras los labios se juntan, los dientes muerden, las lenguas se enredan. Compartimos nuestro sudor que se va haciendo más intenso, nuestros olores, también nuestros sabores. Rodamos sin tino por la cama y tú quedas debajo, yo ahora estoy arriba. Por eso soy la que te toco, la que te recorro, la que comprueba la fuerza de tu deseo, la que dirige, por fin, después de todo el tiempo en el que has mandado tú.
Me siento a horcajadas sobre ti, tiras de mí para atraerme pero me resisto. Quiero mirarte a los ojos, saber lo que piensas, el gesto que te provoca el placer que te doy. Me muevo levemente para llenarme de ti, me muevo lentamente cuando los dos somos uno y te veo cerrar los ojos, abrirlos luego, cogerme la cabeza entre tus manos. Te doy un manotazo y empiezo a saltar sobre ti, quiero ser yo la que mande, la que te provoque ese rictus, esa rendición que te lleva a dejar los brazos sobre la cama, a renunciar a tu dominio. Grito. Grito porque estoy a punto de morir. Morir de placer o morir de angustia.
Explotas, me llenas, me derrumbo, mi cuerpo pegado al tuyo, respiramos sofocados, aún contigo en mí. Silencio.
Amo y sumisa: ni hablar. Amo y esclava: mucho menos. Ligue y zorra: acaso. Hombre y mujer: claro. Amantes.
Y qué más da.

viernes, octubre 20, 2006

La niña esclava


Temores de una niña que está sola, complejo de ser un bicho raro. Dudas ante lo que le es desconocido, búsqueda de lo que es imposible encontrar. Dolor ante el silencio de todos, silencio no culpable porque es ella la que no se atreve a preguntar.
Un día, siendo aún adolescente, alguien más fuerte que ella le dio una bofetada porque se había entrometido en una conversación ajena y ella, en vez de rebelarse como antaño o de protestar como solía hacer, se sintió merecedora de ese castigo, lo asumió y pidió perdón por una falta inexistente, esa que sirvió de excusa para la agresión.
Reacción de una niña que desconoce la palabra sumisión, que no sabe que hay gente dispuesta a entregarlo todo para no ser nada.
Otro día, ya algunos años más tarde, su nuevo amante tuvo la idea de alternar los besos con los azotes, de atar sus manos con pañuelos de seda, de estimularla con insultos que resaltaran el componente primitivo que todos llevamos dentro. La joven volvió a reaccionar, acosó al amante, lo envolvió en sus brazos, lo besó con pasión desconocida.
Ayer, la niña que durante un tiempo había sido una rebelde, la que se había enfrentado al mundo, la inconformista, esa oveja negra de la que tantos recelaban, averiguó dónde estaba su destino. Relacionó bofetada con azotes, azotes con besos y besos con insultos y supo lo que quería, lo que necesitaba para ser feliz. Y se convirtió en esclava.

miércoles, octubre 18, 2006

Y en tan poco tiempo


Jamás hubiese creído a alguien que hubiera asegurado que en el plazo de cuatro meses iba a estar a punto de convertirme en la esclava de mi Señor. Sin duda porque empecé de cero, porque en aquella época no era más que una chica ilusionada con adoptar un estilo de vida del que únicamente sabía lo que algunos libros me habían enseñado o lo que mi propia experiencia con inofensivos juegos de cama me habían descubierto. Pero nunca había practicado la sumisión ni había tenido un Amo ni había hablado con personas expertas introducidos ya en el tema.
Entonces fue cuando encontré al que iba a ser mi Señor. Él fue quien se ofreció a ayudarme, a enseñarme, a adiestrarme, a convertirme en una perra a su servicio y en una sumisa dispuesta a avanzar cada día un paso. Todo lo que sé lo aprendí de él y así, en poco tiempo pero con la lentitud que mi Dueño me iba marcando, llegué a ser esa sumisa que tanto ansiaba.
Ahora, por fin, voy a dar el gran paso. Ahora, si él quiere y me acepta, podré sentir el inmenso orgullo de ser su esclava, de entregarle todo mi ser para que lo utilice como mejor le parezca, con la seguridad de que cualquier cosa que decida será la mejor para mí. Por todo ello y por muchas cosas más, por hablarme, por acogerme, por castigarme, por usarme, por mirarme, por reprenderme, por animarme, por cuidarme le doy las gracias, mi Amo, y le aseguro que cumpliré mi papel lo mejor que sepa para que nunca pueda sentirse defraudado de la sumisa que un día quiso ser su esclava.

domingo, octubre 15, 2006

Deseos

Esclava en la mazmorra y esclava en la calle. Ser sin derechos y objeto de propiedad ajena. Cuerpo presto para ser usado, para ser prestado, para ser regalado. Piel ofrecida para el azote, muñecas esposadas. Puta de un Amo o puta para un Amo, dispuesta siempre para el disfrute de los demás, atenta siempre para complacer. Perra obediente y fiel, que recorre el mundo sobre sus improvisadas patas, conducida con una correa que siempre lleva alrededor de su cuello y que es el símbolo de su pertenencia a otro ser, ante el que debe responder. Amasijo de cuerdas que la rodean y que la obligan a adoptar posturas inverosímiles, suspensiones, cadenas, grilletes a los que permanentemente ha de estar sujeta, incluso para dormir. Desnudez absoluta, desnudez continua, desnudez total. Sumisión al enfrentarse de rodillas ante su Dueño, sin atreverse a mirarle. Ente sin libertad para decidir, para pensar, incluso para vivir. Objeto mínimo e insignificante. Ser humillado hasta llegar a convertirse en la nada.
Eso es lo que ella quiere ser, lo que verdaderamente ansía, la motivación para alcanzar una forma de vida con la que sueña y por la que se afana cada día. Esa es la meta y ese es el fin, el éxtasis y el bien sumo, la razón perfecta para dejar pasar los años e ir envejeciendo.
Esclava, criada, puta, perra servicial, sumisa en permanente uso, cerda capaz de ahondar en la basura para complacer a su Señor, pero no a cualquier Señor, sólo a su Señor, a su Amo, a su Dueño.
Sólo a ese Señor.

miércoles, octubre 11, 2006

Pinzas

Confieso que no soporto las pinzas en los pechos y reconozco que eso es un mal asunto cuando se es sumisa. O a lo mejor no, a lo mejor la tortura que representa tenerlas puestas durante el tiempo que decide el Amo es una forma más sublime de ofrecerle tu dolor para su propia satisfacción. En cualquier caso, las dichosas pinzas nunca han sido santos de mi devoción, aunque siempre había creído que con el tiempo me acostumbraría a ellas y las toleraría como una muestra más de mi sumisión y de mi entrega. En realidad, eso es lo que sucede, que mientras aprietan sin piedad mis pezones procuro pensar que ese acto servirá para afianzar la confianza de mi Señor en su sumisa. Pero no he conseguido acostumbrarme a ellas. Naturalmente las aguanto. ¡Qué remedio me queda!. Sin embargo, sí soporto esas mismas pinzas en cualquier otra parte de mi cuerpo, incluso en zonas aparentemente más sensibles.
Mi Amo conoce mi debilidad con las pinzas pero el hecho de conocerla no significa que no siga actuando con el mismo criterio que tenía cuando me aceptó como sumisa. Eso hace que ni se apiade de mí y reduzca significativamente su uso ni se ensañe conmigo y disfrute con mi dolor ordenando que las use con más asiduidad que al principio. También ocurre que el estar enterado del pequeño problema que tengo con estos instrumentos caseros hace que no sea posible pensar que trato de presionarle para conseguir su benevolencia. Pero no sólo por eso, sino por dos razones aún más importantes. La primera que soy una sumisa y que por ello no tengo ni capacidad ni fuerza ni derecho para presionar a mi Amo. La segunda, que mi Señor jamás me permitiría que le presionara. Eso me da cierta tranquilidad, porque aunque no necesito su autorización para escribir lo que quiera ni debo temer una censura que jamás ha ejercido, no es fácil para alguien como yo decir que no soporta el resultado de una actividad que como sumisa debo aceptar aún cuando se trate de unas puñeteras pinzas de la ropa.

lunes, octubre 09, 2006

La subasta

Te lo digo en serio. Ni siquiera me acuerdo de por qué estaba allí. Lo que sí sé es que la situación era totalmente real, no un sueño como insinúas. Me acuerdo de que me encontraba de rodillas y sentada sobre mis talones al lado de mi Amo quien, a su vez, permanecía sentado en una cómoda butaca, con un vaso de whisky en la mano y una correa formada por pequeños eslabones metálicos que terminaba en el collar que rodeaba mi cuello. Estaba vestido de manera deportiva mientras que yo, como casi siempre, me hallaba completamente desnuda. Aquello era uno de esos clubes de sado de cuya existencia tanto dudas pero que sí existen en la realidad, aunque no sé por qué mi Amo me había llevado hasta allí si no pensaba hacerme participar en ninguna de las actividades que se celebraban en el local y a las que tan adictos parecían ser la mayoría de los Amos.
Pero no quiero perderme y lo que deseo contarte es la sensación que tuve con el espectáculo que estaba viendo y al que mi Señor me obligaba a asistir, no sé si porque a él le gustaba o para insinuarme lo que podía hacer conmigo si llegaba el caso.
Ya habían pasado algunas chicas pero en ese momento sólo había una sobre la tarima. Era extraordinariamente joven, poco más que una adolescente, aunque por allí aseguraban que ya había cumplido los veinte. Estaba desnuda, con las manos detrás, un collar del que colgaba una cadena y la mirada vacía, distante, puesta en algún lugar de la lejanía.
El maestro de ceremonias la cogió de un brazo y le hizo dar unos pasos hacia delante. Luego, dirigiéndose a los que rodeaban el entarimado, empezó a vociferar las supuestas cualidades de la chica: su edad, su aspecto, sus habilidades, sus límites, su salud, su disposición... Al final, marcó el precio de salida: quinientos euros. Poco a poco, aquellos hombres fueron subiendo la puja, quinientos cincuenta, seiscientos, setecientos, mil. Ahí se detuvo la cuenta. Una esclava que valía mil euros.
A la chica comenzaron a brotarle lágrimas de los ojos al tiempo que su cuerpo empezaba a temblar. Fue el instante en el que alguien ofreció mil quinientos euros, ofrecimiento que animó a los demás a ir subiendo hasta los dos mil quinientos. Con esta última cifra se hizo el silencio, todos miraron al futuro dueño de la muchacha y contemplaron a un hombre de mediana edad, con muchos kilos y con una más que moderada calva.
¡Vaya papelón para la esclava! Fue entonces cuando mi Amo tiró de la correa con la que me amarraba para obligarme a girar el rostro y mirarle. Lo hice pero no pronuncié palabra alguna. No le importó, sabes. Él ya conocía lo que yo pensaba de todo aquello. Por eso, no me pilló de sorpresa su reacción. Levantó la mano, esperó a que le miraran y ofreció cinco mil euros
por aquella esclava.
¡Adjudicada!
Mi Amo volvió a mirarme, me sonrió, hizo un gesto que sólo yo conocía y acercando su boca a mi oreja susurró:
"Ahora tendrás una hermanita"

martes, octubre 03, 2006

Esclavitud

Sométame Amo. Dómeme para hacer de mí esa perra obediente que satisface sus deseos y que está siempre dispuesta a cumplir hasta la última de sus órdenes. Azóteme Señor, rasgue mi piel sin contemplaciones hasta dejarme esa huella indeleble que me identifique como su propiedad. Ordéneme que me arrodille ante su autoridad, que le lama los pies y que permanezca inmóvil esperando a que decida lo que hacer conmigo. Amordáceme para ahogar mi rebeldía y áteme para impedir cualquier movimiento indebido, para controlarme a su merced. Prohíbame decir una sola palabra sin su permiso, vigile mis movimientos e interrumpa mi quehacer con una orden que me lleve al lugar en el que merezco estar, que me obligue a ser consciente de que no soy más que una sierva. Humílleme hasta acabar con mi último atisbo de orgullo, modifique mi vida cuanto quiera porque mi vida está entregada y ya no me pertenece. Úseme a su antojo, con el único limite de su condición de Amo honesto, con la misma libertad que utiliza cualquier Amo con los objetos de su propiedad.
Y al final, si no cumplo, si mi rebeldía es superior a mi sumisión o si aún muestro un orgullo impropio de una perra, castígueme con la severidad con las que se penan las deslealtades, los incumplimietos y las muestras de una altivez que una sumisa doblegada no debe mantener.
Haga todo eso Señor, porque de esa forma podrá comprobar que mi decisión es firme, que mi aprendizaje progresa y que mi disposición no admite ya ninguna duda. Porque si así lo hace, aprovecharé su dominación sobre mí para recorrer en un instante el camino que aún me separa de la esclavitud y podré poner mi voluntad a su entera disposición.
Amo, quiero entregarle mi cuerpo y quiero entregarle mi mente, ser consciente de que todo está en sus manos, de que nada me es posible decidir porque usted puede cambiar esa decisión con sólo mover un dedo. Quiero también someterme a sus deseos, permanecer desnuda, vivir arrodillada. Deseo renunciar a todo lo que me identifique como poseedora de algo porque quiero ser su propiedad, a los derechos que me puedan corresponder porque sólo tengo los que usted me dé.
Y es que ya no me conformo con ser principiante, tampoco con ser novicia, ni siquiera quiero ser ya sumisa. Sólo aspiro a ser esclava, a que se digne tomar este cuerpo y esta mente que le ofrezco y disponer de ellas como dispone de sus cosas. No me importa el tiempo que quede para hacer realidad mi sueño, ni lo que tarde en merecer ese honor, los sacrificios que cueste o el dolor que conlleve. Sólo me interesa llegar al final del camino y hacerlo porque usted lo quiera y también, mi Amo, también cuando usted lo ordene.