lunes, agosto 13, 2007

Ordenes injustas


¿Qué sucedería si un Amo diese a su esclava una orden claramente injusta o que pudiera resultar peligrosa para su integridad física o para su salud? ¿Estaría la esclava autorizada a incumplirla o podría ser justamente castigada por ello? Dicho de otro modo, la cuestíon sería si una esclava puede desobedecer una orden injusta o peligrosa sin temor a represalias.
Se podría argumentar que todo dependería de que la orden haya sido consensuada o no, pero todos sabemos que lo que se consensua son las normas generales y no las órdenes concretas. Pondré algún ejemplo. Una esclava fue conminada a acudir a un cine X en un barrio marginal, vestida provocativamente, a sacar su entrada y entrar en el local para ver la película. Otro Amo ordenó a su esclava lamer el suelo de los servicios públicos de un bar. Otro mandó a su sumisa acercarse al primer desconocido con quien se cruzase por la calle y ofrecerse a hacerle una felación.
Es evidente que estos tres ejemplos, reales por otra parte, muestran órdenes que se podrían catalogar, cuando menos, de peligrosas para la integridad física de la sumisa, cuando no de provocativas e injustas. Puedo decir que la primera de las tres esclavas tuvo que salir por piernas, evitando milagrosamente y con mucha suerte la certera posibilidad de ser violada. La segunda y la tercera se negaron a cumplir la orden. En el primer caso fue disculpada por su Amo mientras que la segunda fue expulsada de la cuadra.
No quiero terminar este comentario sin dar mi propia opinión, una opinión que únicamente es mía y que no está consultada con mi Amo. En ningún caso cumpliría ninguna de las tres órdenes, aunque ello me costase la expulsión, algo no demasiado traumático cuando se escapa de un Amo que no merece serlo.

jueves, agosto 09, 2007

Amo bueno, Amo malo


Amo severo o Amo condescendiente. En mi opinión, Amo severo pero Amo comprensivo. Que sepa distinguir el grano de la paja. Que sea implacable con una falta grave o consciente pero que sepa hacer la vista gorda ante un olvido sin importancia o una falta menor. Que no tolere la más mínima falta de respeto pero que sepa aceptar una broma inocente. Un Amo al que no le tiemble el pulso si tiene que castigar, empleando incluso aquellos castigos que sabe que más duelen o que más humillan pero que no lo haga arbitrariamente, sin motivo o por el simple hecho de obtener placer. Un Amo que me domine, que me someta a su gusto, que me haga sentirlo como mi Dueño pero que también acepte ser mi amigo, ése que hará cualquier esfuerzo para protegerme y para defenderme. Alguien ante quien me sienta inferior, ante el que cada vez que me voy a enfrentar perciba ese nerviosismo propio de la que sabe cuál es su sitio y cuál es el de su Amo. Un Amo que me exija comportarme como una propiedad pero que comprenda que también soy un ser humano, con sus problemas y sus obligaciones y que si un día no puedo acudir ante su presencia porque tengo que atender uno de esos compromisos ineludibles, no lo tome como una ofensa o como una indisciplina. Un Amo que me haga sentir el placer de servirle y la satisfacción de ser usada, el gusto por el dolor inflingido y por la humillación sufrida si ese dolor y esa humillación sirven para conseguir su propio placer. Alguien que no se deje influir por los lloriqueos o por las presiones de su esclava, que cuando diga blanco sea blanco y que cuando diga negro sea negro, pero que también sepa rectificar cuando sea consciente de que ha cometido un error o una injusticia. Un Amo, en fin, que me adiestre a su manera y con todos los métodos que considere oportunos, pero que me otorgue esa pizca de libertad inherente a la persona, no decisiva ni decisoria, una libertad que pueda ser anulada puntualmente cuando su criterio y mi criterio no coincidan.

jueves, agosto 02, 2007

En la playa


Una discoteca en una playa del Mediterráneo. Somos cuatro chicas con ganas de pasarlo bien, aunque sin demasiadas pretensiones de cómo hacerlo. Pedimos una consumición y charlamos animadamente durante un buen rato. Nos reímos, contamos bromas y hacemos balance del pasado invierno. Un rato después, se acercan unos chicos. Lo de siempre. Que si estamos solas, que si nos invitan, que venga. Aceptamos una invitación e iniciamos otra charla diferente. Más intrascendente, más caótica y mucho más absurda. Otras bromas, otras risas, algunas insinuaciones. Acepto bailar con uno de ellos y durante un rato lo hacemos sin notar todavía cansancio. Después, nos detenemos, hablamos, intenta ser agradable, muestra su lado sensual. Volvemos a bailar, regresamos con el resto de la gente. Pasa el tiempo, bebemos más de la cuenta, lo que hace que los saltos sobre la pista de baile no sean ya tan sencillos. Pero lo intentamos y mientras, mi acompañante se prepara para iniciar el asalto. Me cuenta un par de chistes, bromea, me río, nos reímos, me toca con disimulo y se vuelve a reír cuando le hago un gesto para que sepa que me he dado cuenta de sus intenciones. Eso le da pie para que empiece a insinuarse, lo miro y me doy cuenta de que está como un tren, le muestro una sonrisa bobalicona pero no soy consciente de que estoy atrapada entre una columna por detrás y su cuerpo por delante. Intento enfriar la conversación pero las palabhras no me salen muy fluidas, seguramente por el ron. Me vuelve a toquetear, ahora con menos disimulo pero aparentando inocencia. Le sonrío y le miro a los ojos segura de que está pensando que soy una zorra a punto de caer en sus brazos. Me río de mí misma al pensar en la cantidad de veces que me han llamado zorra en los últimos meses pero mi acompañante se cree que mi sonrisa se debe a sus méritos. Se acerca, me susurra algo al oído pero no me entero de lo que dice. Tengo calor y estoy sofocada. También estoy excitada. Intenta besarme pero interpongo la mano entre su boca y la mía. Me coge de las muñecas y me lleva despacio a la pista. Tratamos de bailar algo muy lento, apenas nos movemos, posiblemente porque la inestabilidad es mayor de lo que pensábamos. Me pierdo. Sólo siento sus manos que me aferran con fuerza, su cuerpo pegado al mío. Cierro los ojos y me dejo llevar.
Debe de estar a punto de amanecer cuando salimos a la calle. Noto en la cara el frescor de la noche y parece que me siento mejor pero por más que me pongo a pensar tengo muchos momentos de la noche en blanco. Ni siquiera recuerdo cuántos cubatas he bebido. Mi chico me rodea los hombros con su brazo y yo se lo retiro. Espera un minuto y lo vuelve a poner, añadiendo un achuchón.Pienso que no hay nada que hacer y se lo dejo puesto y así recorremos algunas calles, mis amigas conmigo pero cada una con su pareja. Mi acompañante acerca su boca a mi oreja y me susurra que me vaya con él a su piso. Instintivamente, me pregunto si le habré dado motivos para que se haya decidido a hacerme esa proposición.
"No puedo", le respondo, más que nada para salir del paso.
"¿No puedes?", se sorprende. "¿Por qué no puedes?".
"Porque mi Amo no me lo permite".
Le causo tanta sorpresa que se detiene, se gira hacia mí y me mira.
"¿Qué coño estás diciendo?" ¿Tienes un Amo?".
"Sí", le respondo, al tiempo que me encojo de hombros sin poder evitar una sonrisa.
"Joder, tía, estás como una cabra", reanuda la marcha después de quitar el brazo de mi hombro. "Venga, vamos, te acompaño a tu casa".